En un ambiente espiritual preocupante, en que vivimos hoy por hoy, se hace
más necesario que nunca el dejarnos guiar por la palabra profética, más
poderosa que espada de dos filos.
El tema central, de esta vez, es “Los profetas locos”, tomando como
base Ezequiel 13.
Dios llamó a los profetas de Israel “locos” y así comenzó su fuerte
denuncia en contra de estos astutos engañadores. Una palabra que proveniente de
un Dios santo en contra de los falsos oráculos de su pueblo. Ya en el versículo
2, el Señor los llama mentirosos y de imaginación fértil; seguían a su propio
espíritu y hablaban “yo vi” cuando para nada había visto algo.
(Hoy es tan común oír: “Yo vi un ángel” o “Yo vi un hombre de blanco”,
“Yo vi eso”, “Yo vi aquello”, sin ningún provecho, solamente para impresionar, charlatanes
de la fe e soñadores vanos. Cuando usted escuchare alguien decir: “Dios habló conmigo”,
repetidas veces, comience a dudar).
En el versículo 6 la denuncia comienza ampliarse y el Señor llama de “Vanidad”
a todo lo superficial, efímero y frívolo en las revelaciones de los profetas de
Israel. Vale recordar lo que dice el apóstol de los gentiles, ciertamente inspirado
por el Espíritu Santo: “Pero a cada
uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho.” (1 Co.
12.7). En otras palabras, el Espíritu Santo no pierde el tiempo con
tonterías.
(Es tan común oír profecías vacías, como si Dios estuviera pendiente
de bobadas, por ejemplo: “Dios me reveló el color de la ropa”, “Dios me dice
que quiere flores azules dentro de su casa”, la lista de naderías es enorme).
Tras la promesa inicial de derramar la ira divina en los versículos 8
y 9, más un signo de los locos de Israel, se observa en el verso 10. Ellos
profetizan “paz” cuando Dios habla de “guerra”, estos embusteros solo anunciaban
“bendición” para “cazar las almas”. Cuanta similitud con los falsos profetas
del Nuevo Testamento: “Porque de
éstos son los que se meten en las casas y llevan cautivas a las mujercillas
cargadas de pecados, arrastradas por diversas concupiscencias.” (2 Ti.
3.6).
(Simplemente tenga mucho cuidado cuando un profeta solo habla de
bendición, no caiga en ese engodo. Ame los que predican y los que anuncia las
duras verdades del evangelio de Cristo, los que cuentan la historia completa. Rechace
a los predicadores pijoteros que solo predican fábulas e historias de victoria,
cuando lo que más los oyentes necesitan escuchar es: “Arrepiéntase”.)
El contenido del v. 9 no podría ser más preocupante, los profetas de
Israel se vendían para profetizar y eran capaces de profetizar y de prometer en
nombre del Señor hasta mismo la misma vida para los que eran dignos de muerte,
con el fin de alcanzar algún beneficio personal. Pedro advirtió la iglesia en
contra de estos engañadores: “ Tienen los ojos llenos de adulterio, no se sacian
de pecar, seducen a las almas inconstantes, tienen el corazón habituado a la
codicia, y son hijos de maldición.” (2 P. 2.14).
Seguramente ¡ay! de los que profetizan por dinero.
En las escrituras sagradas, un profeta era aquel que hablaba por Dios,
obvio, siempre la verdad, sea ella agradable o no. Y no podemos olvidar que
denunciar el pecado, era entonces (aún es) “marca registrada” de todo profeta
Mal. 3.8. Más la promesa es fiel: “libraré
mi pueblo de vuestra mano” (Ez 13.23b).
¡Dios librará a su pueblo de esa escoria! En todas las épocas, Dios ha
levantado en medio de su pueblo a verdaderos profetas, hombres y mujeres que
han sido usados por el Señor para denunciar el pecado y consolar a su pueblo. ¡Hoy
no es distinto! ¡Dios aún tiene a los suyos! Él siempre mantiene una luz encendida,
en medio de la oscuridad para que los fieles no se confundan. Que el Señor
bendiga a sus profetas, que Dios haga multiplicar el don de profecía dentro de
la iglesia y haya un verdadero movimiento del cielo, llenando la iglesia del
Espíritu Santo para la gloria de Jesucristo.
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